domingo, 16 de noviembre de 2008

Una lección

“Cierren sus ojos, ahora imaginen que están en un funeral, hay mucha gente, muchos lloran, a otros se les ven los rostros llenos de tristeza, y a otros sorprendidos. Imaginen ahora que se acercan al féretro, imaginen que se abre la tapa de este féretro, y ahora se ven a ustedes ahí dentro, eres tú por el que lloran, eres tú por el que están tristes, eres tú por el que están sorprendidos. Ahora piensa que es lo que te gustaría que esta gente dijera de ti, como te gustaría que te recordaran. A mí me gustaría que dijeran que era un gran hombre que ayude a los demás, que contribuí con mi país, que contribuí a la tecnología. Que les gustaría a ustedes, yo creo que esto es por lo que debemos luchar.
Héctor Polo.”

¡Muriendo sin que nadie haga algo por ti!

Hace unos cuantos días tuve que tomar el bus, para poder llegar a mi trabajo. Subí al bus, iba medio ido pensando mil cosas que ahora no recuerdo, de pronto me percate que el soldado que cuidaba la puerta de entrada de el bus, se dirigió hacia el fondo de el bus, preguntando a su compañero de guardia que se encontraba en la salida, que si algo sucedía. La mayoría de personas que iba en el bus volteo hacia atrás, por curiosidad de ver lo que sucedía yo también lo hice. Los dos militares intentaban poner de pie a un señor como de sesenta y algo años de edad. Uno de los militares al darse cuenta que los pasajeros los veían dijo en voz alta que no pasaba nada y que tal vez el señor estaba borracho, también pregunto al chofer que si bajaban al señor de el bus, el chofer respondió que no se preocuparan y que lo dejaran ahí. Después de dos minutos de haber sucedido esto, pude ver a muchas personas inquietas volteando la vista hacia atrás para poder ver lo que sucedía. Yo tenía el mismo sentimiento, por mi cabeza pasaba la idea de que tal vez el señor estaba sufriendo un ataque cardiaco y sentía esta preocupación y como necesidad de hacer algo. Pero había algo que me limitaba de levantarme e ir a ver lo que sucedía con el señor, no lo sé, quizá el complejo de el que dirán, quizá la idea de pensar de que el señor sí estaba borracho, en fin, no puede más y en ese instante me decidí y me puse de pie y me dirigí con firmeza hacia donde estaba el señor, para ver que era lo que pasaba, en ese momento el bus se detuvo pues había llegado a una de sus paradas. Pregunte a los militares que si todo estaba bien, uno de ellos medio inseguro de saber lo que realmente sucedía me dijo que el señor venía sentado y que de pronto se estiró y luego llamó a su compañero para que le ayudara a recostarlo. Al terminarme de escuchar esto de el militar me agache y le tome el pulso al señor, mi pulso se aceleró al percatarme que el señor ya no tenía pulso, luego vi sus pupilas y estaban dilatadas, inmediatamente reaccioné y le dije a los militares que había que llamar a los bomberos, pues el señor ya no tenía pulso y que posiblemente había sufrido un infarto. En ese instante el chofer no se había percatado de la situación y se disponía a seguir su trayectoria, me puse de pie y le grite que se detuviera que al parecer el señor había sufrido un infarto, el bus se detuvo nuevamente, y luego subieron agentes de tránsito para ver que era lo que estaba pasando, como dos o tres minutos después llegaron los paramédicos le practicaron los procedimientos para una resucitación, pero ya nada se pudo hacer, el señor había fallecido, aun lado de su cadáver se encontraba su identificación, su nombre era Enrique Ayala Espinoza y había nacido en el 44. También pude ver que llevaba un maletín y su paraguas. Recuerdo este mismo sentimiento cuando mi abuelo falleció, varias veces recuerdo que cerré los ojos pidiendo un milagro y que su enfermedad se fuera, pero tampoco dio resultado.
Es triste haber visto que ningún ser humano dentro de ese bus pudo reaccionar a tiempo y preocuparse por esta persona, recuerdo a la gente salir del bus, como si nada hubiese pasado, ni siquiera los militares supieron que hacer. Qué triste en realidad, que triste.